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La vuelta a prisión del reo que inspiró el personaje de 'Malamadre': "Para vivir así hay que animalizarse"

El ex recluso Santiago Cobos, con la funcionaria de prisiones Nuria Lambás, en una celda de la antigua prisión provincial de Segovia. El ex recluso Santiago Cobos, con la funcionaria de prisiones Nuria Lambás, en una celda de la antigua prisión provincial de Segovia.

Fuente: El Mundo

El ex preso Santiago Cobos acumula 15 condenas que suman 60 años en prisión. Pasó 16 años en aislamiento y, desde 2012, está en libertad condicional.

"Lo más duro fue cuando me vi esposado de manos y pies en la cama recibiendo porrazos de un funcionario"

Aquí conversa con Nuria Lambás, funcionaria de prisiones: "Fue una escena dantesca. Pasó en enfermería. Vi cómo un preso le cortó el cuello a un funcionario con una cuchilla"

Para explicar a Santiago en cifras hay que decir que sus 15 condenas suman 60 años de prisión, que se tiró 16 encerrado en aislamiento y que, desde 2012, está en libertad condicional.

Intentar explicarlo por sus actos es contar que comenzó robando, que en la prisión organizó motines, que mató a un policía de un disparo en uno de sus innumerables intentos de fuga.

Explicar esta mirada ya es otra cosa: «He visto morir a gente en los patios, he visto a funcionarios perder el sentido, frenados por compañeros: '¡Para, que lo matas!'. He visto a un hombre darse puñaladas a sí mismo, he visto a 20 personas cortándose las venas a la vez...».

Lo que hay que ver: si a Santiago le hubiesen dicho en los 90 que iba a estar charlando cordialmente con una trabajadora de prisiones, habría pensado que se trataba de una broma.

Ella se llama Nuria Lambás, es funcionaria de prisiones liberada del sindicato Acaip -donde coordina la asesoría jurídica- y ha estado en las cárceles de Valdemoro, Aranjuez y Castellón II. Él se llama Santiago Cobos, estuvo catalogado como uno de los presos más peligrosos de España y fue visitado en varias ocasiones por el actor Luis Tosar para preparar su personaje de Malamadre en Celda 211.

Esta conversación tiene lugar en la antigua prisión provincial de Segovia, un espacio que hoy se denomina La Cárcel Segovia Centro de Creación. Recorremos algunas celdas. Hace muchísimo frío. Santiago se ofrece: «Si alguien quiere ropa de abrigo, tengo en la furgoneta, eh».

Pregunta. ¿Qué has sentido al entrar a esta antigua cárcel?

Santiago Cobos. Me he retrotraído a esa época. A la prisión con cerrojos, hormigón, hierro... He estado en decenas de cárceles como ésta. Dicen que eres lo que vives. Y yo he vivido mucho tiempo en sitios así.

P. ¿Cuánto?

S. C. Yo he estado tres veces preso. La última: 22 años del tirón [él tiene 50], 16 en aislamiento... La vida así no tiene sentido. Estás tú, acompañado de tu cabeza, esa trituradora. El espacio de la celda era de tres por cuatro. Dependiendo de tu situación, tienes una hora de patio, dos o ninguna. Yo viví muchos años en régimen FIES, un fichero que se aplicó al margen de la ley donde te aplicaban sanciones que no estaban en el reglamento: me dejaban meses sin salir al patio.

P. Nuria, ¿en qué consiste el trabajo del funcionario?

N. L. Estamos a su lado, porque somos funcionarios de patio, algo que es muy honroso y te da un contacto directo... Intentamos ayudarles. Antes el tratamiento individualizado era más difícil por la estructura de la cárcel, que los mezclaba a todos. Hoy es distinto. España puede sacar pecho del sistema penitenciario que tiene, pero esto hay que cuidarlo.

P. ¿Cuál es la experiencia más dura que habéis vivido dentro?

S. C. Lo más duro fue cuando me vi esposado en una cama de manos y pies con un funcionario dándome porrazos.

N. L. Pasó en enfermería. Un compañero le había pedido una analítica a un interno. Era algo muy habitual: un control de consumo tras un permiso. El interno tenía preparada la orina de otra persona. El funcionario se dio cuenta del cambiazo. El interno le cortó el cuello con una cuchilla al compañero. Aquello me pareció durísimo, verlo sangrar de esa manera... Fue una imagen dantesca.

(...)

El motín de la prisión de Zamora [objeto de la película Celda 211] fue un intento de evasión conjunta que duró seis horas e incluyó el secuestro de un funcionario. El saldo que recuerda Santiago es otro: «Al final entraron los geos. A mí me rompieron el cúbito, la tibia, varias costillas, me hicieron varios esguinces, acabé con el cuerpo morado y 40 grapas en la cabeza».

Y en el agujero, claro.

Cuando salía al patio, «lo hacía a un espacio enrejado por arriba y por abajo». «Con buzo de mecánico, las manos esposadas y con chanclas. Como en la perrera, te metían la comida por una trampilla... Para vivir así tienes que animalizarte».

Viéndolos charlar con este frío, cualquiera diría que son del mismo grupo de WhatsApp. Al principio del encuentro, se dan la mano. Cuando se despidan, se darán dos besos.

P. ¿Cuántas veces trataste de fugarte?

S. C. Muchas. Fugarse de la cárcel era un trabajo duro, pero alguien tenía que hacerlo... He visto gente que ha estado años ganándose la confianza del funcionario para tener una tarea cerca de la calle, hacer como que ayudaba a un familiar a sacar un paquete y, entonces, salir corriendo... Es algo muy difícil, tienes que mirar todos los detalles, observar los comportamientos de los funcionarios, la alambrada, valorar el riesgo. Yo me he visto saltando muros, haciendo trenzas con sábanas... Era una obsesión.

P. ¿Existe la reinserción?

N. L. Confío en que sí. Educar es difícil. Pero reeducar lo es mucho más. Si les cuesta a los maestros, que trabajan con niños, imagina lo que pasa en las cárceles, donde los presos vienen con conductas aprendidas... Es un trabajo laborioso en el que hay que tener paciencia. A mí me gustaría saber qué clic se produjo en Santiago para dejar aquel mundo...

S. C. Te das contra la pared muchas veces y entiendes que luchar contra el sistema de frente, tratando de fugarte, lo único que te trae son problemas. A la persona que está en la cárcel hay que darle esperanzas de futuro, porque tú ahí estás de paso. No puedes perder de vista la libertad, porque si pierdes de vista la libertad, estás acabado como persona y eres un peligro... A mí la cárcel no me sirvió para nada.

N. L. A mí me duele que digas eso. El hecho de que tú -después de tu conducta tan dura, después de todos los años que has pasado dentro- seas un trabajador con la vida normalizada ya significa algo. Me duele que no te tengas a ti mismo como una muestra. Y que no haya reconocimiento ni gratitud a los que trabajamos allí.

P. ¿Qué cambiarías de la cárcel?

N. L. Trabajamos con personas y eso exige un acercamiento genuino. A nosotros nos preocupa mucho que haya tanto enfermo mental. Hay mucho interno que necesita un tratamiento. Los jueces no ponen medidas de seguridad, con lo cual te encuentras en las enfermerías con gente que está enferma. Y no hay recursos para atender a esos internos. Es una laguna del sistema.

P. ¿Qué consecuencias psíquicas arrastras de la prisión?

S. C. Por la noche sigues soñando con la cárcel. Yo he procurado desconectar, porque tampoco puedes llevar siempre esa mochila. Te condiciona mucho: cuando quieres contar algo, siempre te retrotraes a la cárcel. Si te has pasado toda la vida dentro, ¿de qué vas a hablar?, ¿de Mallorca? Alguien te habla de Alicante. Te sale: «Yo he estado en Alicante». Pero no es verdad. Tú has estado en una cárcel.

(...)

Santiago trabaja en el sector del libro en Vitoria, tiene novia en la que encontrarse y montaña en la que perderse, la afición de la pelota vasca, la buena mano para la cocina que tenía su padre y una furgoneta acristalada, cuenta, en la que le gusta dormir mirando el cielo.

Nuria ama los libros y la interpretación, gusta de estar con su hija, salir al campo, el boxeo y la meditación.

Tampoco somos tan distintos.

P. Se dice que en las prisiones se vive muy bien. ¿Qué decís?

N. L. Me molesta que se diga eso. La cárcel es dura para las personas que tienen que estar dentro. Pero tiene que crearse el mejor entorno para el fin constitucional que tienen.

P. ¿Hay presos con trato de favor?

N. L. No. Aunque hay anomalías. A mí me llama muchísimo la atención que Urdangarin esté en Ávila. Porque es un centro de mujeres. Que eso sea un trato de favor... Junqueras salió limpiando los cristales en Estremera. No creo que eso sea tener un trato privilegiado...

S. C. Hay gente privilegiada en todos los sitios. A mí a Ávila no me iban a llevar. Eso es una medida política.

P. ¿Has visto cosas en la cárcel que te gustaría no haber visto?

S. C. Cuando estás en aislamiento y tienes mucha condena, el espectro del suicidio puede ser un elixir. Recuerdo a un compañero. Un día estaba hablando con él. Estaba deprimido. Al día siguiente estaba ahorcado. Llega un funcionario, escuchas cómo cortan la cuerda de la sábana, cómo abren la cremallera, cómo la cierran con el cuerpo dentro. Cuando estás en aislamiento, se te agudiza el oído. Eso me ha pasado dos veces. Es muy duro.

P. ¿Algún momento hermoso?

N. L. A mí me pasó una cosa maravillosa. Estaba haciendo las prácticas en Valdemoro. Fuimos a preguntar algo de los uniformes a la lavandería. Allí había una persona trabajando con bata. Me puse a hablar con él. Educado, agradable, conectamos muy bien... Pensé que era un compañero. Era un interno.

S. C. Yo me encontré con un educador, un funcionario de Acaip, que ofreció su casa al juez de vigilancia para que pudiera salir yo de permiso. Lo hizo por mí, una persona con secuestros y motines. Él dijo que si hacía falta iba a su casa, con sus hijos y su mujer. Sabiendo que entre sus compañeros le iba a traer consecuencias.

N. L. ¿A mí me gustaría preguntarle a Santiago que piensa de las reivindicaciones de los funcionarios de prisiones?

S. C. Si Interior puede hacer a favor de vosotros, debe hacerlo. Son palpables las necesidades. Se ha llegado a un estadio en el que hay que dar un paso adelante.

P. ¿Sirve de algo pedir perdón a las víctimas?

S. C. Creo que no. En este tema hay que ser muy cuidadoso. No creo que sea algo que tengas que hacer público. La puesta en escena en un medio casi me parece una ofensa. Otra cosa es que la familia quiera ponerse en contacto con uno...

P. ¿Tú has tenido esa necesidad?

S. C. Tienes que cargar con lo que ha pasado en tu vida. Lo que sí puedo decir es que me hubiese gustado que no pasara lo que pasó [el homicidio] durante una fuga.

(...)

Fuera de la antigua cárcel, en la calle, ya calienta el sol. A Santiago le devuelven el forro polar que ha prestado. Luego irá con su pareja a recorrer Segovia, observará la grandeza del acueducto y terminará preguntándose -nos dice por teléfono días después de este encuentro- una cuestión clave en todo esto: cómo la gente era capaz de hacer aquello.

Todo lo que hizo Santiago comenzó a terminar el día en que, por vez primera, dispuso de un permiso tras 22 años y un familiar le esperaba a la salida de la cárcel. Era un humano desacostumbrado a todo.

-Ese primer día de libertad vino a buscarme mi hermana con el coche. Recuerdo que pasé mucho miedo con la velocidad.

-¿Iba muy rápido tu hermana?

-Iba a 40 por hora.

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